Omán: la perla de Arabia

 

Las arenas se asoman al mar Arábigo, vigilan el golfo de Persia. Están atentas.
He preguntado por Simbad el Marino que zarpó para sus viajes de la mítica ciudad de Sohar. Alguien amable—aquí todos lo son— me ha contestado: “Sube a Jebel Akhdar —la Montaña Verde—, camina luego por la silenciosa arena del desierto y mira al mar… Allí está el espíritu de Simbad, allí encontrarás el tuyo
Y lo encontré. Aquí, en esta tierra mágica, de gentes acogedoras que convierten la orilla del desierto en un jardín y los oasis en sorprendentes miradores de estrellas.
Desde el fuerte de Nizwa y su color de arena limpia hasta la alegre capital Mascate con su gran mezquita del Sultán Qaboos, la tercera más grande del mundo, con su alfombra increíble y su prodigioso minarete de piedra arenisca.
Desde el mercado del pescado de Barka , con sus peces loro y sus tiburones enanos, hasta las dunas de un desierto que recuerda las Mil y una noches de la hermosa Scheherazade, pasando por el deslumbrante paseo marítimo de Muttrah con su blanco deslumbrante y sus azules imitando Al cielo.
Un país árabe único y acogedor, elegante y amable, cercano y misterioso.
Cerca de un millar de castillos, fuertes y torres de vigilancia, casi todos visitables, me hablaron de un pasado orgulloso y combativo. La tiendas de cerámica, los zocos, la glorietas floridas de las carreteras, los espléndidos hoteles y la sonrisa de sus habitantes me señalaron un presente próspero y singular donde pude sentirme feliz, el principal deseo de todos mis viajes. Aquí lo he conseguido por completo.